sábado, octubre 21, 2006

La reconversion tardía de RTVE

No hay mejor punto de partida que un titular amarillista RTVE: 4120 empleados a la calle, jubilados y cobrando el 92% del sueldo. Titular al que cualquier persona con mala leche y que pague impuestos* podría contestar ¿Y? ¿Es que hacen falta ocho mil personas para programar las películas de Lina Morgan y Paco Martinez Soria? Porque en eso se ha convertido (o han convertido) TVE, en la televisión-geriátrico.

En los años ochenta el modelo de la televisión pública (diseñado por Fraga en la época franquista) llegó a su cenit. Para entonces ya era algo completamente trasnochado, impropio de un "estado europeo moderno". Los primeros canales autonómicos --que nunca han pasado de aspirar a ser lo propio en versión regional-- y finalmente en 1990 las tres primeras concesiones de televisiones privadas --otorgadas con cuentagotas y a dedo-- rompieron con el monopolio y supusieron el principio del fin de ese modelo, aunque nadie (y menos el gobierno de turno que usaba la televisión pública como palanca de fuerza) estaba interesado en reconocerlo.

Ahora ha llegado la hora de que la reconversión, que en su día no quiso plantearse, se haga a las bravas. Muy típico de este páis eso de dilatar los problemas "hasta que se solucionen solos". Sólo que esa solución final suele terminar de forma bastante drástica, cuando ya es insostenible.

Una televisión privada actual, como puede ser Telecinco o Antena 3, ronda una plantilla de entre 1.000 y 1.500 trabajadores. Con eso es maś que suficiente como para mantener no uno, sino incluso varios canales (como va a verse en la TDT), y en algún caso hasta una cadena de emisoras de radio. Hay que tener en cuenta que en ese número no entran bastantes productos que no son de producción propia de las propias televisiones, sino comprados a otras productoras, ya sean nacionales o extranjeras.

La producción externa, a nivel nacional ha sido algo anecdótico hasta la aparición de las privadas. Sin embargo ahora más que la excepción son la norma, y muchos de los productos de consumo televisivo de mayor éxito (de audiencia, se entiende) en los últimos tiempos son de este tipo (series, concursos, etc). Productoras como Globomedia (de Emilio Aragon) o Gestmusic son las verdaderas generadoras de contenido, convirtiendo a los distintos canales en meros pujantes por los formatos exitosos para sus parrillas. Casos como el de series de gran audiencia cambiando de una cadena a otra ya no nos sorprenden ni nos extrañan.

Con este panorama en mente, pretender mantener una plantilla de 8.000 personas para dos canales de televisión y 5 o 6 de radio que ya no sólo no son los "únicos" (en el caso de la TV) sino que ni siquiera son los "más vistos" (u oidos) es vivir en la inopia. Los 4.000 prejubilados ni siquiera cubren el montante de puestos de trabajo generados por las tres televisiones privadas más las grandes cadenas de radio --que literalmente se han comido a RNE en estos años. De mantenerse el mismo número de puestos de trabajo en el sector (al fin y al cabo la audiencia no ha subido de forma dramática), el recorte debería ser aun mayor.

¡Y todavía no se está contabilizando el efecto de las plataformas digitales (cable o satélite), las cadenas locales, o el efecto de Internet como sustitutivo de la televisión**! Efectos que no circunscritos exclusivamente a la radiotelevisión pública, como es obvio, y que ya se están notando en los medios privados. El descenso de la "calidad" que atribuimos a la televisión no es casual ni "propio de los tiempos que corren", sino que tiene una relación directa con la financiación de los canales y, por lo tanto, con la audiencia (que es la que paga, ya sea a través de la publicidad, ya sea directamente en el caso de las plataformas de pago). A más jugadores, menos trozo del pastel, y eso significa las mismas horas a rellenar con mucho menos presupuesto.

"La enorme deuda de televisión española" ha servido como coartada a los medios privados (radios, televisiones, etc) para dar cera a los medios públicos, ya que bajo su punto de vista la situación es de competencia desleal. La realidad subyacente es que esa percepción está provocada por un problema más difícil de resolver: encontrar el sentido al servicio público en estos medios de comunicación. Algo bastante complicado en un tiempo en el que incluso un ciudadano anónimo puede crearse un medio de comunicación "a medida" (ahí están fenómenos emergentes como el podcasting o YouTube).

El verdadero problema es si hoy por hoy tiene sentido una televisión (o una radio) pública, y si es así, bajo que supuestos y con que fines. Al fin y al cabo, creo que a nadie se le ocurriría a estas alturas plantear la inserción de noticias, artículos de opinión y una tira cómica en el Boletin Oficial del Estado, con el propósito de atraer audiencia y poder insertar publicidad para financiarlo. ¿O no?

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* ambas características bastante comunes
** tanto en el plano de la "economía de la atención" como en fenómenos como el P2P

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